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MAÑANA SERÁ OTRO DÍA | “Sirat”

Cine en #Nordesía: Miguel Castro nos habla de “Sirat”, dirigida por Oliver Laxe

Comienza Sirat con la explicación del título. En árabe significa camino. En la creencia islámica se refiere al puente que se debe cruzar al morir, más delgado que un cabello, más afilado que una espada, para llegar al paraíso… o al infierno.

Un hombre (Sergi López) y su hijo (Bruno Núñez) se encuentran en el más inusitado lugar: una rave en Marruecos. Están buscando a su hija y hermana. Ella ya es adulta y ha decidido irse. Ellos no la entienden. Entre las arenas del desierto y decibelios atronadores, van conociendo a un (en un principio) extraño grupo de raveros.

Allí, lejos de todo, o casi todo, mueven el polvo al compás de saltos y bailes casi místicos. El personaje de Sergi López no cejará, pase lo que pase, cueste lo que cueste, en el empeño de encontrar a su hija y conocer los motivos que la llevaron a abandonar a su familia.

Suena a tópico, pero hay que decirlo: es preferible no hablar más de la sinopsis de “Sirat”. Mejor acudir lo más virgen posible a lo que se nos presenta. Oliver Laxe realiza su mejor trabajo, en muchos momentos sobresaliente. Estable durante todo el metraje, solo nos da pequeñas pausas para que podamos pensar en lo que estamos viendo/viviendo. Aun así, la reflexión no nos llega con los créditos finales y, a muchos, el runrún de “Sirat” nos acompañará pasados los días.

En este nuevo trabajo del director gallego no solo hay escenas deslumbrantes; toda la narrativa es potente, poderosa e interesante. La fotografía (magnífica) esta vez no destaca sobre el resto. La edición de sonido, por ejemplo, está a la misma altura. La banda sonora, también demoledora, nos guía, a impulsos, por todo tipo de emociones que nos presenta la película. Lo que nos cuenta siempre interesa y los seres humanos que pueblan las poderosas imágenes, nos los creemos. Todo está muy bien y será difícil olvidar lo visto y sentido. Enhorabuena, Oliver.

El grupo de raveros a los que acompañamos, al conocerlos, pensamos: ¿Qué tienen que ver con nosotros? Uno sin pierna, otro sin brazo, uno con la camiseta con los monstruos de Freaks (1932) de Tod Browning en su pecho. Como aquellas personas desfiguradas que conocimos hace casi cien años, tienen todo que ver con nosotros. En su comunidad han sabido crear una nueva familia, muy lejos de donde han nacido. Son humanos que no creen en este mundo, en este sistema, y al no encontrar su sitio en él, escapan lo más lejos posible y se inventan nuevos caminos y rutinas.

Todos los raveros son actores y actrices no profesionales. Espléndido. Sergi López los guía y ellos nunca desentonan. Cuanto más los conocemos, más los entendemos. Como tantas veces hizo Pasolini, como hizo Chema García en Espíritu Sagrado (2021) o el ferrolano Alberto Gracia en la notable La Parra (2024), cuando se utilizan correctamente actores y actrices no profesionales, el trabajo desprende verdad.

Los actores y actrices se creen a ellos mismos y a cada minuto los queremos más. Ellos se han escapado de nuestro mundo que, como nosotros, cada vez lo entienden menos, pero el sistema (nos lo recuerda una radio y el devenir del filme) los persigue. No hay escapatoria. Ellos, como nosotros, como Oliver Laxe, sabemos que el actual orden mundial se acaba. No tenemos ni idea de qué es lo que vendrá mañana, pues parece que solo vemos monstruos en los telediarios (y no son los de “Freaks”, son de los que dan de verdad miedo).

Otro asunto que trata “Sirat” es el de la familia, la que vino dada, también la que eliges. Como la vida misma, Laxe nos invita a realizar un camino circular junto a esta idea. De la destrucción de una familia surge una nueva familia para, de nuevo, ser destruida. Imposible huir del destino (no importa sea marcado o se presente a partir de las decisiones estúpidas, o no, de los protagonistas).

“Sirat” se acerca mucho, en concepto, a uno de las mejores películas que ha parido este siglo XXI. Estoy hablando de Clímax (2018) de Gaspar Noé. Los dos filmes tienen dos partes tremendamente diferenciadas. En ambos, en el segundo, tras la presentación, conocemos el infierno.

El punto de inflexión de “Sirat”, a mitad de metraje, es sencillamente brutal e impactante. “Clímax” nos hablaba de la perdición del ser humano postmoderno. Una nueva revisión de ese Saló de Pasolini. Sirat nos cuenta la decrepitud del sistema político social agonizante en el que vivimos y del que nadie encuentra la salida. Nadie puede huir de lo que se nos presenta y hasta la pervivencia o no del mismo planeta está en juego.

Un tren y sus vías nos ayuda a despedirnos del viaje al que hemos sido sometidos. Nos vislumbra un camino que no sabemos dónde nos lleva, pero seguro que no a buen puerto. El viaje no puede acabar bien. En ese tren viajan nuestros protagonistas, hijos de occidente, en una fuga que no lleva a ninguna parte. Casi no se les ve, pues viajan en compañía de nativos que están más que acostumbrados a moverse de un lado para otro, en muchas ocasiones por conflictos que los hijos de occidente han provocado una y otra vez. Cada imagen nos regala una nueva idea. Brillante.